También viví algunas crisis. En estas aventuras vinieron palos, decepciones, rupturas, problemas de autoestima, etc. Una de estas malas situaciones hizo que empezara a refugiarme cada vez más en los videojuegos, y eso comenzó a tener consecuencias desagradables: me aislé de quienes me apoyaban y me querían, creía que mi vida sin el videojuego carecía de sentido, y a más tiempo pasaba, más me costaba y más difícil se me hacía enfrentarme a los retos de la vida no virtual.
En el mundo real creía que no era nadie. En los videojuegos… era lo que quisiera ser.
Afortunadamente, llegué a darme cuenta, y sabía que la solución era a través de la terapia psicológica. Decidí acudir a una psicóloga, y gracias a ella me sentí comprendido, aceptado y descubrí cuál era el camino que quería tomar: quería ayudar a la gente.
A personas que estuvieran como yo. Que se sintieran como yo.
Ese fue el empujoncito necesario para aclarar mi propósito: conseguir que la tecnología se convierta en el cambio social que puede llegar a ser.
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